Hace unos meses, paseando por el centro de Puebla, me enteré del Tsunami en Asia y de la muerte de Susan Sontag. Esas noticias saben bastante mal lejos de casa (aunque sean dos horas en carretera y otras tantas de tráfico chilango). No necesita una estar esquilando ovejas con cataratas en la Patagonia, para extrañar el mando a distancia que nos conecta a esos interminables loops de desastres y a los panegíricos inexactos de los muertos notables, desde casa.
El martes 5 de julio, estaba de nuevo aplanando adoquines en la que un día fue de los ángeles y ahora es de Zaragoza. Recordé aquellos titulares a ocho columnas y en una esquina se me revelaron las nuevas noticias. No, no había nada insospechado. Desde que declararon inocente a Michael Jackson y dejaron libre al "hermano incómodo" de Salinas, un chico malo (Bejarano) más en la calle deprime, pero no abruma.
Regresé a la ciudad en medio de una tormenta de miércoles por la noche, me acosté y dormí con los goterones arrulladores en mi ventana. Hoy amanecí con la muerte de Marga López y los atentados de Londres. Nuevos panegíricos y nuevos loops. Estaba en casa, pero por alguna razón me sentí igual de lejana. En este mundo visto desde la ventana, un gigante aplasta en su carrera las última reflexiones. Ocho señores están sentados ante una mesa redonda, donde se supone que resolverán la hambruna del mundo olvidado y el calentamiento global (culpable, creo, de esos goterones del miércoles por la noche). Y ese gigante se lleva a la bella Marga López y a las buenas intenciones de Geldorf y al protocolo de Kioto, mientras magullo el botón de jump en el mando.
El martes 5 de julio, estaba de nuevo aplanando adoquines en la que un día fue de los ángeles y ahora es de Zaragoza. Recordé aquellos titulares a ocho columnas y en una esquina se me revelaron las nuevas noticias. No, no había nada insospechado. Desde que declararon inocente a Michael Jackson y dejaron libre al "hermano incómodo" de Salinas, un chico malo (Bejarano) más en la calle deprime, pero no abruma.
Regresé a la ciudad en medio de una tormenta de miércoles por la noche, me acosté y dormí con los goterones arrulladores en mi ventana. Hoy amanecí con la muerte de Marga López y los atentados de Londres. Nuevos panegíricos y nuevos loops. Estaba en casa, pero por alguna razón me sentí igual de lejana. En este mundo visto desde la ventana, un gigante aplasta en su carrera las última reflexiones. Ocho señores están sentados ante una mesa redonda, donde se supone que resolverán la hambruna del mundo olvidado y el calentamiento global (culpable, creo, de esos goterones del miércoles por la noche). Y ese gigante se lleva a la bella Marga López y a las buenas intenciones de Geldorf y al protocolo de Kioto, mientras magullo el botón de jump en el mando.
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