
El gesto adusto, la mirada clavada en un punto lejano y esa confianza en su elegancia, en la perfección de su peinado y arreglo del bigote ahora me parece cómico. No podría haberlo imaginado, porque si algo uno imagina es lo que construye y puedo estar segura que en este caso la realidad ha superado cualquier intento de ficción. Si Aristóteles tuviera razón a este hombre sería imposible volverlo personaje. ¿Quién iba a creer que existe?
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